sábado, 5 de enero de 2008

Crítica: Filomena Marturano

Historia de amor de una mujer
22/05/2006 JUAN ANTONIO DIAZ
Concha Velasco, encarnando a Filomena, en el Gran Teatro.Foto:JUAN CARLOS MOLINA
´FILOMENA MARTURANO´
Dirección: Angel Fernández Montesinos.
Autor: Eduardo de Filippo.
Versión: Juan José de Arteche.
Intérpretes: Concha Velasco, Héctor Colomé, Lucio Romero, Selica Torcal, Isidro García, Valeria Arribas, María Felices, Vicente Camacho, Alejandro Navamuel, Daniel Huarte, Raul Sanz.
Escenografía: Emilio Burgos.
Lugar: Gran Teatro.
Fechas: 20 y 21 de mayo.

Domenico Soriano es un hombre rico que convive desde hace 25 años con Filomena, a la que conoció ejerciendo la prostitución. A partir de aquí se enfrentan dos caracteres distintos. El hombre, al que no perdonan los años, decide abandonar a la que ha sido su compañera para emprender una nueva vida al lado de otra mujer mucho más joven. Filomena no se resigna y decide fraguar una historia para acabar con esta situación. Se finge moribunda y se casa con Domenico en el lecho de muerte. Una vez terminada la ceremonia, la mujer confiesa el engaño.
Este es el principio de la obra y, desde el momento que se alza el telón, presenciamos una bronca monumental en la que Domenico reprocha a la que ahora es su mujer las artimañas que ha seguido para conseguir ser su esposa. No le queda más remedio que intentar anular el matrimonio. La acción que se desarrolla ante los ojos del espectador es fluida y cada uno de los personajes expone los motivos de su enfado: si él está dolido por el engaño, ella está harta de ser su amante de segunda fila.

Los personajes de De Filippo representan de algún modo estereotipos de la época que aún hoy podemos reconocer en la sociedad. Domenico es el señor que hace lo que le viene en gana y Filomena tiene la sensación de que, además de compañera, ejerce a la vez de esclava y sirvienta.
La trama se complica desde el momento en que se descubre que ella tiene tres hijos que ni siquiera saben que ella es su madre. Ellos son la verdadera razón que hace que quiera casarse y formar una familia. Para que puedan llevar un apellido, y asegurar su futuro. A pesar de todo ello no es una historia de desencuentros, es una historia de amor. La obra está escrita en clave de tragicomedia pero son muchas las pinceladas de humor, más propias de una comedia de enredo. El público agradece estas válvulas de escape y premia a los actores con una risa que suena a sincera, precisamente porque en ningún momento pretenden forzarla.

Tuvimos la ocasión de asistir a la versión de 1980, y en esta ocasión Concha Velasco la supera: es como los buenos vinos, gana con los años. Incorpora a una señora italiana, napolitana por más señas, de armas tomar. Y se nota que Concha está a gusto, disfruta, con este papel. Transmite al público los distintos matices del personaje, a veces vulgar, es decidida, arrasadora, provocativa y muestra un desparpajo arrollador. Héctor Colomé interpreta a un marido indignado al que la situación le supera, le desborda; él ha sido siempre el que manda y ordena, el que controla. A partir de ahora va un poco a la sombra de Filomena, a pesar de que intente sobreponerse. Existe complicidad entre actor y actriz y esto hace creíbles a los personajes. El peso de la obra recae sobre los protagonistas, pero el resto de actores se desenvuelven a la perfección alrededor de ellos, se les ve en escena y aportan verosimilitud a sus personajes. Muy bien Daniel Huarte, Vicente Camacho y Alejandro Navamuel en sus papeles de los hijos, y es de destacar el buen hacer de Selica Torcal y Lucio Romero como los criados, que toman partido por el personaje más débil y más querido.

CUIDADA ESCENOGRAFIA La escenografía es un decorado realista cuidado hasta en su más mínimo detalle por el desaparecido Emilio Burgos, que plasma el interior de una casa de familia rica y acomodada. A pesar del realismo, no se hace pesado a los ojos del público, ni entorpece la representación, al contrario, le aporta la riqueza necesaria para que el espectador comprenda con una sola mirada el lugar donde se desarrolla la acción. Perfectamente equilibrada en sus volúmenes apenas quita acústica a los diálogos y arropa el trabajo de los actores. Todo ello está magníficamente iluminado por Juan Gómez Cornejo.

El responsable de lo que ocurre en el escenario es su director Angel F. Montesinos que mantiene en tensión a los actores, a pesar que a la mitad de la obra decaiga un poco el ritmo y se echen de menos algunos (pocos) silencios. Bravo por todos.

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